lunes, 6 de noviembre de 2017

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Un día se dio cuenta de que había sido una cobarde. Una cobarde que no se tiró a la arena a luchar, sino que prefirió salir corriendo y no herirse más para no tener que curarse más cicatrices. Sí, una cobarde. Una cobarde enamorada, pero, al fin y al cabo, una simple gallina.

Una miedosa a la que le dio miedo querer y sentirse querida. A la que, una vez que empezó a correr, le daba miedo volver a sentir ese vómito de emociones que le hacía sentir tan especial. Una cagueta que se prometió que nunca más volvería a enamorarse de esa manera. Una cobarde que se estaba hiriendo constantemente y que hería también a los demás. Una cobarde que no era capaz de razonar, que no era capaz de mirar al sol, a las estrellas. 

Y se cayó, dejó de correr. Y se dio cuenta de que no, que estaba equivocada. Que ella nunca había sido una cobarde. Que había luchado y que seguí luchando. Se equivocaba al pensar que no volvería a llorar, pero esta vez de felicidad. Se equivocaba pensando que no volvería a sentir ese vómito de emociones ni que nunca más volvería a enamorarse de esa manera. 

No había sido una cagueta, sólo intentaba sobrevivir.

Alexandra Cabello.
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