Pasa el tiempo y nos hacemos más mayores, y ya ni tan siquiera observamos nuestro reflejo en el agua de la vida. Ya no nos importa… ¿Por qué? Porque ya somos mayores, porque tenemos otras preocupaciones, porque hemos pasado de nivel. No sólo pensamos que lo nuestro es mirar hacia otro lado, que esto ya nos viene pequeño, que tenemos que hacer otras cosas. Eso está muy bien, hay que seguir avanzando en la vida. Incluso tenemos tiempo de sonreír cuando algún pequeño descubre su reflejo en el agua, como los que sonreían con nosotros.
Entonces, ¿llega un momento en que deja de sorprendernos la vida? ¿Llega un momento en que creemos conocerlo todo, de tal manera que nada nos sorprende? Pienso que no debemos olvidar que siempre llevamos en nosotros ese niño o esa niña que se sorprendía a cada paso, a cada momento, de todo lo que le iba rodeando y de todas y cada una de las cosas que se le iban presentando en su vida. Nos hacemos mayores, tenemos nuevas obligaciones, pero no debemos dejar de sorprendernos de lo que nos rodea, es un regalo poder hacerlo, es una manera de decir: El niño o la niña que llevo dentro, realmente lo está, porque me sigo emocionando con la vida.
Vosotros haced lo que queráis, pero yo, la próxima vez que vaya al agua, miraré mi reflejo y, tras una larga “o” sonreiré de felicidad.
J.
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